Lorian
Y el monte del sol naciente
Capitulo 1
“El valle de
las luciérnagas”
Día décimo cuarto, en el mes de otoño, era el
momento en el que las primeras hojas empezaban
a desprenderse de las copas de los árboles. Donde el tiempo calido y abrasador se
trastocaba en un clima húmedo y destemplado. La mejor estación ya había pasado
sobre los viajeros. El paisaje había cambiado desde la partida de la isla Halia
hasta el páramo actual en el que se encontraban. Todo había cambiado, no solo una estación; el clima, los
sitios y las personas que los habitaban. A los
viajeros les venían vanos recuerdos de aquellos momentos de verano.
En los Bosques Elficos, durante el estío, se
encontraba la fauna y la flora en todo su esplendor; las pequeñas “iris”, con su
tallo casi perfecto, y sus flores tricolores de corazón verde rodeado de un
aura azul y violeta; los sauces goteando su sabia como la miel; el lagrímelo de Thuth, con sus seis cuernos
usados para alimentarse, bebiendo las aguas del río Nhumfas.
Mas al sur, las salinas de Aldur, el blanco
camino de los reyes y al final, en su desembocadura, las playas de plata que
decoraban el bello reflejo del mar.
En los bosques pantanosos de Mora continuaba
propagándose el mágico susurro en el aire que se solía escuchar de Cedrion.
El mundo que Lorian había conocido en su infancia ya no existía y
había dado paso a algo nuevo.
Los viajeros estaban caminando sobre el valle de las
luciérnagas. El claro de luna y la luz de las estrellas favorecían el largo recorrido
hacia el monte del sol naciente. Esa noche, cuando los caminos se tornaban
infinitos como el universo mismo, el cansancio y el ansia de llegar a destino
los estaba cargando de pesar. El solo hecho de pensar que faltaba varios días
para llegar influía directamente en el ánimo del grupo. Lorian observaba las
estrellas y recordaba el nombre de las mismas. Caminaban fastidiados, casi
dormitados, sin mirar atrás ni a los costados, una mirada limitada hacia adelante,
sin importar lo que podría llegar a pasar, sin observaciones; ya no importaba
si se presentaba un infortunio. La mente se limitaba a pensar en llegar al
paraje que se vislumbraba en el horizonte, el mismo paraje donde se veía nacer
el sol.
Caminaron hasta que Nathanael, vio una cabaña
a lo largo del camino como a 500 pies
hacia el noreste, muy pequeña. El sabio era conciente de que no estaban
perdidos ya que él conocía esa cabaña. Con prisa y sin el menor asomo de duda
le indicó a su pupilo que prepare para hacer una parada en la morada de un
viejo amigo. Lorian contento saltó de alegría, lleno de esperanza por que la
hora del descanso había llegado. Solo faltaban unos pasos para descansar y
tomar fuerzas.
Parecía que los hados del destino al fin comenzaban
a ponerse a su favor pero, al igual que ocurre con la sabia naturaleza, a veces el sol no puede evitar
ser cubierto por la tormenta. Es así que
la alegría del descubrimiento del pronto descanso se les escapo como arena
entre los dedos. Así ocurría constantemente en las tierras de Nabuk.
La alegría de Lorian
fue interrumpida por el imprevisto movimiento de una sombra que voló sobre el
aprendiz que, a pesar de su falta de experiencia, no pudo evitar detectarla. La
llegada de dicha sombra se vio acompañada de un profundo silencio; la luna y
las estrellas fueron cubiertas por nubes negras cargadas de tormenta y malos
presagios y el claro iluminado por los rayos del astro nocturno se desvaneció.
Oscuridad y penumbra los rodeaba y el temor sobre ellos estaba al asecho.
Sabían que algo estaba sucediendo y
no a favor –“Calla y detente, el mal nos
rodea”- Advirtió Nathanael agazapado entre los largos pastos al pequeño mago. A continuación, sin mediar otra palabra,
Nathanael pronunció uno de esos encantamientos que tanto desvelaban a su
aprendiz.
-“Cruz del sur, estrella amiga, llena de luz
el vació, has de guía en la oscuridad y se mi verdad”- Luego de elevar estas
palabras al viento, Lorian pudo percibir como el mago con su gran sabiduría
tenía potestad sobre la luz, los vientos y toda el mundo natural. El viento se
inquietó, las nubes desaparecieron y las luces que emanaban las estrellas y la
luna volvió aún más fuerte. Tal era el
resplandor que hizo que Lorian no logre ver cegado por la luz. Las pupilas le ardían
y solo pudo distinguir un cuerpo que iba hacia él cayendo del cielo resplandeciente.
Con temor se cubrió los ojos.
Con temor esperaba algo que lo fuese a salvar
de esa situación, hasta que un soplo que sintió en la nuca lo hizo caer en
sueños. El mago divagaba en sueños que nunca iba a recordar, mientras tanto
Nathanael luchaba contra una tempestad de maldades y conjuros oscuros que solo
un digno mago podría combatir.
Poco después Lorian
abrió los ojos. El zumbido de los
insectos de la noche había cesado y había sido reemplazado por el cantar de los pájaros que habían llegado al
claro con el sol del alba. El mago se tomaba la cabeza por el dolor de la noche
anterior, y se preguntaba si lo que había ocurrido era solamente parte de un
mal sueño producto del cansancio o había ocurrido en verdad.
Se levantó de
los pastizales dolorido por la caída inesperada y frente a él, a unos pasos,
vio a Nathanael que estaba preparando un frugal desayuno con mucho entusiasmo.
Se dirigió hacia él con un sentimiento de agradecimiento por lo que estaban
viendo sus ojos. En el centro de las piedras
calentadas por el fuego, un par de huevos se cocinaban lentamente. El ardiente
deseo de comer lo llevó a dirigirse hacia Nathanael con mucho animo y sin
meditar sus palabras, -“¿Qué has preparado que se puede ver tan delicioso y huele tan agradable?” preguntó el aprendiz
agregando inmediatamente mientras se inclinaba ante su maestro como un vasallo
ante un gran rey adorándolo -“¿O es que acaso has usado tu magia para realizar
este banquete?”
Nathanael contesto a su seguidor dulcemente
pero no por eso con un tono carente de reproche -“No mal juzguéis a los magos mi amigo Lorian.
Por tener habilidad de conjurar hechizos con mi tiento, no quiere decir que no
pueda utilizar el tensor de un arco y la punta de una flecha. Los magos
utilizan la magia para el bien de las criaturas no para el bienestar de sus estómagos”-.
Lorian sonrojado por el mal comentario hacia su superior, rápido se dispuso a
probar bocado para acallar su ineptitud.
Pasaron el sol del mediodía, comiendo huevos
de ave y bebiendo el vino que Nathanael preparaba hasta quedar completamente dormidos. Lorian se dejó llevar por el sueño, alejada
su mente del plano físico voló mas alto de lo imaginado, cruzando rios y
mesetas, vientos y lluvias hasta llegar a su hogar más rápido de lo que hubiese
preferido. Sentía otra vez el olor de Tholl-Grurr, la comarca donde había
crecido junto con sus hermanos centauros. Los hermanos Tholl-Dum, que crecieron
junto a él. Los agricultores extrayendo la miel más dulce que podría llegar a
probar. Los cazadores del bosque, que llegaban colmados de alimentos vastos
para la aldea entre los que se encontraba la agridulce carne del Lagrimelo. Los
pescadores que junto a los cazadores partían hacia el lago Shaan-Mhell en busca
de peces y anguilas.
A pesar de las
diferencias en apariencia, Lorian siempre sintió el afecto de sus pares
centauros aunque fuese el único humano que se encontraba en la comarca. Lorian
fue educado y cuidado por todos en la comarca como uno más del pueblo. Como si no existiera la diferencia de
especies que resaltaba a la vista.
El sueño agradable pronto iba a perder su
encanto al regresar a su niñez en Simmepre. La comarca que vio nacer a Lorian.
La angustia era el único sentimiento que le quedaba al mago al recordar su
aldea y los hechos aciagos que habían terminado con sus días y todos sus
habitantes. “La desvastada Simmepre” seria el nombre con que se mencionaría su
tierra natal luego de estos hechos en todos los anales del reino y en los relatos
de los bardos y los juglares que vagaban por el mundo.
“La desvastada Simmepre” que había desaparecido de todos los mapas tras
un ataque trasgo comandado por un asesino. Lorian todavía recordaba con terror,
a pesar de tantos años pasados y de la corta edad que tenía al momento de la
masacre, a la horrenda criatura roja,
con ojos totalmente negros. La criatura que llevaba cráneos colgando de
distintas razas como trofeos, brazaletes y
joyas, y un cuerno que le colgaba de la cintura.
La destrucción total
de la aldea llevó a Lorian a conocer al gran mago, quien salvo su vida y lo
entregó a la comarca mas cercana donde convivían los centauros sabiendo que, a pesar de lo cerrada
que era la cultura centaurica y de lo rudos que eran en sus formas de vida y
sus costumbres, serían los correctos para cuidar al niño.
Las noches parecían eternas cuando volvía a
soñar con el fantasma del asesino de sus padres. El pequeño mago despertó de la
horrible pesadilla gimiendo empapado de su propio sudor y vio a Nathanael peleando con una criatura de 3
cuernos, su estatura era como la torre más alta, su peso equivalía como a 30 hombres
con armadura.
Al ver a su maestro sumergido en medio del
fragor de la batalla el pequeño mago, desbordado por la desesperación, tomó su
espada y conjuró el hechizo de la fuerza y el valor para poder enterrar su
espada en su enemigo con justicia y verdad. Su hoja inmediatamente se envolvió en una llama azul y
fue directo hacia la bestia. Nathanael, asombrado al ver a su amigo tratando de
acudir a su ayuda, perdió la concentración hecho que fue aprovechado por la
abominación que estaba frente suyo. La
misma lanzó un cabezazo que logró abatir
al mago.
Lorian, al ver
caer a Nathanael, sintió con una catarata de furia irrefrenable que debía
actuar de inmediato ya que el gran mago estaba a punto de ser tragado por la
enorme bestia. Lorian trató de herir al
Muntal pero no logró hacer nada, y también
fue abatido por la bestia cayendo sobre el espeso pasto. La criatura de gran
tamaño fue directo hacia Lorian con intención de pisar al pequeño mago.
Al adivinar la intención del maligno ser y
ver el peligro que corría su protegido Nathanael se afirmó bajo el vientre de
la criatura y logró clavarle su báculo. El Muntal al ser perforado por el mago,
empezó a dar vueltas bañando el campo de batalla con un líquido sanguinolento
proveniente de su interior mientras Lorian trataba de esquivar los pisotones
del gigante. Nathanael con el bastón clavado en el estomago del Muntal, conjuró
el hechizo del envenenamiento. La criatura empezó a retorcerse espasmódicamente
y cayó sobre Lorian que estaba por
librarse de las pisadas.
Al caer su ornamenta perforó al pequeño mago en
una de sus piernas. Nathanael con un
último suspiro se levantó y ayudó a Lorian
a alzarse. Lorian asustado por la herida sangrante y muy profunda dudó en poder
seguir. – ¡Nathanael!... Cúrame con tus hechizos gran mago- Le resoplo Lorian
al oído. –Calma mi amigo, que la ayuda vendrá pronto- lo tranquilizó el sabio.
El gran mago sin dejar solo a Lorian alzó su
bastón con la mano derecha libre del peso del cuerpo tendido y lanzó una señal
de luz a los cielos. A la espera de
algún suceso, Lorian se dejó vencer por el dolor y empezó a retorcer su cuerpo,
con lagrimas en los ojos mirando a su maestro, a su amigo, a su salvador
pensando que el momento había llegado.
-Aligera mi dolor,
y que en pocos pasos estaré allá con mis hermanos, en la comarca- Le repetía
Lorian desahuciado. Nathanael mirando a lo lejos en los cielos, giró la mirada hacia
la frente del mago y sopló sobre ella haciendo dormir al pequeño.
De repente del cielo se escucha un relincho,
era un relincho conocido para Nathanael.
Un relincho perteneciente a un pegaso llamado “Claro de luna”. Un viejo
amigo de andanzas que tenía el gran mago. Pues siempre acudía en su ayuda.